JE SUIS LA LITTÈRATURE
De mi experiencia como
profesor, los dos aspectos que más me han enriquecido son la labor de tutoría y
las clases de literatura de segundo de Bachillerato. Hoy me ha llegado la
noticia de que, definitivamente, la literatura ha recibido el tiro de gracia y
todo indica que voy a tener que resignarme y aceptar que su espacio en la
enseñanza secundaria tiene sus días contados en Catalunya, tanto en catalán
como en castellano.
Llevo cinco años impartiendo
literatura castellana y les aseguro que ha sido una experiencia fascinante. No
puedo dejar de recordar, ahora que me voy despidiendo de este oasis que
encontré en las inhóspitas arenas de un bachillerato desértico, a los alumnos
con los que he compartido esta maravillosa experiencia: Claudia, Begoña, Pep,
Arnau, Carlota, Andrea, Nina, Daniela, Mariona, María, Carla o Antonio, por
citar sólo a algunos, se asomaron conmigo al callejón del Gato, se dejaron
seducir por el arrebatador magnetismo de Lope, mascaron junto a la deshonrada
Rosaura las ásperas arenas de Polonia, se conjuraron contra Doña Rosalía y le
desearon la ruina que acabó encontrando, maldijeron la arrogancia demoníaca de
varios donjuanes y conocieron a un Don Quijote fascinante y poliédrico, mucho menos acartonado del que se les había
vendido. Hemos leído mucho en clase durante estos años, prácticamente no hemos
hecho otra cosa que leer, ‘traducir’ y comentar y creo, al menos a mí siempre
me lo ha parecido, que ellos disfrutaron tanto como yo.
Dedico una muy buena parte de
mi tiempo libre a sacar adelante los proyectos de la Ascociación GrOC. Desde
allí trabajamos precisamente para devolverle el prestigio a la gramática en
Secundaria con el fin de que recupere la razón de ser. Y ahora veo que, por el
otro lado, se desmorona la literatura. ¿Alguien necesitaba este cambio? ¿Hay
algún profesor o alumno a los que este cambio les vaya a beneficiar de algún
modo?
Yo creo, más bien, que están
desvalijando metódicamente la lengua y la literatura, y eso es algo que sabemos todos los profesores que damos clase en
Bachillerato. Están vaciando de contenidos estas asignaturas con la excusa de
unas mal entendidas competencias básicas, pero luego aprueban las Selectividad
alumnos que no saben ni leer ni escribir. Y cualquiera que está a pie de aula
sabe que esto es así. No hay ningún conflicto entre el trabajo por competencias
y el incremento de saber relacionado con las disciplinas. Competencias y
contenidos no se excluyen mutuamente. Es una discusión irrelevante. La
Selectividad, por su parte, es una broma de mal gusto. Sin literatura y sin
gramática no hay nada que enseñar en bachillerato. Para enseñar a leer y a
escribir no necesitas filólogos ni necesitas una asignatura específica: los
maestros saben hacer mucho mejor ese trabajo. Así pues, poco queda en las
asignaturas del ámbito de lengua salvo lo que algunos profesores, casi diría
que desobedeciendo heroicamente, se empeñan en llevar a clase. Lo demás es
terminología, estupidez, exámenes tipo test, aprobado para todos y marear la
perdiz. Si esto no cambia, en lugar de resucitar la gramática tendremos que
enterrar también a la literatura.
¡Qué feliz, entonces, y qué
oportuno el supuesto hallazgo de los restos de Cervantes! Podremos sacar a
pasear a los niños y llevarlos a un museo bien mono para ver los huesecitos de
Don Miguel. Se me ocurre que podrían organizar un taller para que los de primero
de la ESO hagan flautines a partir de los presuntos huesos del escritor reproducidos
mediante impresoras 3D. Que los enamorados cambien las rosas por fémures del
autor del Persiles el día de Sant
Jordi y se unan a la danza macabra que Wert propuso y que el Departament d’
Ensenyament (que ya no legisla, sino que envía PPTs a los centros) no tiene el
arrojo de ignorar. Y, ¿por qué no?, vendamos a los turistas reproducciones de
las reliquias del escritor complutense y que ningún donoso escrutinio salve su
obra de la feroz hoguera del olvido. Después, recojamos las cenizas antes de
que un sabio encantador se proponga restaurarlas y encerrémoslas para siempre
en la cripta trinitaria.
LA SACUDIDA
A veces sucede. A pesar de la
Selectividad y de la Play Station. En un curso en el que el alumnado apenas se
plantea aprender nada porque la nota lo es todo. Tras dos aburridísimos
trimestres repasando la terminología lingüística y las funciones sintácticas. A
veces sucede. Pese a que las dichosas PAU nos condenan a convertir la lengua y
la literatura en una asignatura ridícula, tan fácil de aprobar como difícil de
entender. Pero sucede, sí. Hoy ha sucedido.
Cada año renuncio a las
lecturas obligatorias fuera del aula e invito a que mis alumnos y alumnas
escojan qué quieren leer de entre una generosa lista llena de joyas literarias:
Madame Bovary, La Regenta, La narración de
Arthur Gordon Pym, Ficciones, Las cosmicómicas, Crimen y castigo… En fin, que les voy a contar a ustedes. Por
supuesto, y a pesar de que les ofrezco una sustancial subida de nota, la
mayoría de ellos prefiere ahorrarse el martirio. A los menos voluntariosos les
ofrezco literatura ligera, para que no se diga. Y a veces pican, sí, después de
una ardua negociación tras de la cual, mercenarios de lo bello, se malentregan
a la lectura de una novela a cambio de un redondeo al alza.
Hoy me esperaba a la salida
de clase un alumno a quien había recomendado la lectura de Conrad. “Acabo de
terminar El corazón de las tinieblas”,
me ha soltado como si eso ya lo explicara todo, como si no fuera necesario
decir nada más. Me he detenido un momento en medio del pasillo, le he mirado a
los ojos y la he visto. La sacudida. He visto en su mirada sus dañinos efectos,
he notado cómo el veneno se había apoderado de él. “El final…”, ha empezado a
decir. No era necesario decir nada más, no ha sido necesario un control de
lectura. Hemos hablado de las costuras de la civilización, de Frazer, nos hemos asomado brevísimamente al denso misterio del corazón humano, hemos ponderado
la hondura de ciertas experiencias literarias. Acababa de atravesar un umbral
decisivo. No hemos empleado el término ‘epifanía’, pero en realidad hablábamos
de ello. No era necesario extenderse demasiado, aunque hubiéramos podido hablar
de ello toda la tarde. Finalmente, me he limitado a darle la bienvenida, y le
he mencionado la ilustrativa comparación que hace Calvino entre el papel de la
literatura y el enfrentamiento entre Perseo y la Gorgona en sus Seis propuestas para el próximo milenio,
que ya es este. De todas maneras, la conversación no tenía demasiada
importancia. Mientras dialogábamos, me daba cuenta de que él no lograba
desprenderse de la sensación que acababa de dejarle la novela y de que
necesitaba hablar de ello, aunque no supiera (y le sobra inteligencia) exactamente qué decir. He pensado
que le convendría darse un paseo, digerir él solo lo que acababa de suceder
para siempre. Así que he cogido la estela de otro profesor que pasaba por allí
y le he dejado sumido en sus pensamientos, remontando aquel delicioso y
endemoniado río. Le he envidiado lo que estaba sintiendo, creo. La primera vez.
El horror. ¡Qué maravilla!