La poesía moderna, es decir, la poesía que arranca en el romanticismo europeo y se desarrolló en España desde Bécquer hasta la Generación del 27 consiste básicamente en la expresión de una emoción intensa. Dicha emoción nace de la percepción del sujeto poético como unido o separado del universo que le rodea. Cuando el individuo se siente en contacto y armonía con la naturaleza, con el mundo, cuando posee todo lo que desea y vive muy apegado al aquí y al ahora, asistiremos a la expresión de un momento de felicidad inefable. Cuando, por el contrario, lo que quiere expresar es la emoción que nace del sentimiento de separación respecto a la vida, cuando el poema se refiere a la pérdida de la sensación intensa del vivir, a la separación del individuo respecto a lo que le rodea, nos encontramos con la expresión de un dolor inefable.
En ambos casos, tanto en la experiencia de plenitud como en la dolorosa, hablamos de expresión inefable precisamente por la intensidad con que ha sido vivida. La amenaza de la muerte, que desde la Ilustración condena al poeta al abismo de la nada cuando es considerado desde una perspectiva racional, hace que la experiencia de un momento de belleza intenso adquiera, por el contraste, aún más relevancia.
En la poesía moderna se oponen elementos que sirven para transmitir un fuerte contraste entre lo armónico y lo disonante, entre lo bello y lo mediocre, entre lo eterno y lo efímero. Precisamente, el poeta tendrá especial predilección por dar cuenta de aquellos instantes en los que lo bello, lo perecedero, lo efímero, parecen, por la fuerza de su intensidad y su contundencia, valer tanto como lo eterno, lo inalcanzable, todo aquello que la sociedad le ha arrebatado al ser humano desde que el movimiento Ilustrado depositó en la razón el rumbo de su existencia. Evidentemente, este valor es absolutamente subjetivo y no es fácilmente comunicable al resto de la humanidad. Por este motivo, como quedó delicadamente expresado en el poema de Bécquer que citamos a continuación, no nos sirve el lenguaje que utilizamos para las conversaciones cotidianas cuando queremos expresar una experiencia de gran intensidad:
Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora,
y estas páginas son de ese himno
cadencias que el aire dilata en las sombras.
Yo quisiera escribirle, del hombre
domando el rebelde, mezquino idioma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.
En estos versos, Bécquer manifiesta que «en la noche del alma», es decir, en tiempos en los que la espiritualidad está siendo discutida por los valores de una sociedad materialista y utilitaria, un cierto himno «gigante y extraño», es decir, una música que no suena como el lenguaje normal, que es inmenso y poco habitual, anuncia, de algún modo, el advenimiento de una aurora del alma, un nuevo nacimiento de lo espiritual. Esta espiritualidad nace de lo subjetivo, es algo que el poeta sabe. Sin embargo, a la hora de escribirlo, de comunicarlo con los demás, tropieza con el «rebelde, mezquino idioma». Las palabras habituales no bastarían, deberían ser, además de palabras, «suspiros y risas, colores y notas», algo que las palabras difícilmente pueden llegar a ser.
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