[Para que yo me llame Ángel González...]

Resumen: Tras una enumeración del tiempo y los avatares que han sido necesarios para alcanzar la existencia, el poeta expresa en tono existencial la desazón que le produce el aparente sinsentido de la vida, así como el asombro con que observa la tenacidad de la carne, que persevera en un impulso frenético condenado al fracaso.

Comentario: En la primera parte de esta silva arromanzada (vv. 1-12) el sujeto poético reflexiona sobre todo lo que ha tenido que acontecer para que su existencia, su identidad, hayan tenido lugar. Ángel González se nombra a sí mismo en el primer verso (algo inusual en poesía y que rompe en cierta medida la barrera entre autor y sujeto lírico) y nos hace considerar la ingente cantidad de hombres y mujeres que se han reproducido, generación tras generación, hasta llegar a él. Un largo tiempo y todo el ancho mundo han participado en «ese viaje milenario de la carne», una carne despersonalizada en el poema, como una fuerza ciega, irrefrenable, que atraviesa el tiempo y que ha quemado, por decírlo así, identidades. Nótese que no habla de sus antepasados conocidos, sino que se refiere metonímicamente a carne, huesos, que formaron parte de personas de las que ya no queda ni rastro.

El poeta se presenta, por tanto, como el resultado, el mero fruto de un trayecto, de un impulso de la materia viva que ha dejado tras de sí muertos y naufragios. Visto de este modo, el ser humano no es más que «lo que queda podrido entre los restos», o «un escombro tenaz». Con estas metáforas para referirse a sí mismo el poeta adopta una distancia irónica tremendista acerca de la identidad del ser humano y el sentido de la vida. La vida es una fuerza, un impulso sobrehumano que deja a su paso ruina, escombros, muerte. El viento, de nuevo metáfora del paso del tiempo, se enfrenta a la existencia material del ser humano y resulta siempre vencedor. En cambio, lo vivo, la materia viviente, ha conseguido sobre ponerse a todos los fiascos. El individuo ha fracasado, ha nacido para sufrir y morir, consumido y abrasado. De ahí la estructura paradójica de los últimos versos: la vida, presentada desprovista de cualquier espiritualidad, ha triunfado a costa del sacrificio de los individuos y de sus aspiraciones.

El desaliento con el que termina el poema pertenece al hombre, mientras que la fuerza enloquecida es la de la vida. Los puntos suspensivos con los que termina el poema pueden dar a entender que el mismo impulso perdurará, terminando, consumiento, aniquilando la persona de Ángel González, y que esto se prolongará de manera indeterminada a lo largo de los siglos.

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