Campos de Soria

El poeta expresa su sentir de desapego al mundo, o la nostalgia de una vida intensa a través de la descripción detallada y distante del campo castellano. Dividido en nueve partes, nos presenta una serie de estampas que describen el paisaje soriano del que el poeta se está despidiendo. El paisaje que había compartido con su amada Leonor ha quedado reducido a una tierra árida, estéril.

Los dos primeros fragmentos del largo poema machadiano constituyen dos descripciones del paisaje invernal de las colinas y los valles que rodean la ciudad. En este paisaje invernal, unas diminutas margaritas blancas asoman tímidamente como la idea, el sueño de una primavera incipiente. Pese a esta débil insinuación del renacer de la naturaleza predomina el frío invernal:

el caminante lleva en su bufanda
envueltos cuello y boca, y los pastores
pasan cubiertos con sus luengas capas.

El segundo fragmento se centra en la promesa de una nueva primavera que nos recuerda a otros poemas de Machado del mismo libro como «A José María Palacio» o «A un olmo seco», poemas que se centran el la identificación del poeta con el paisaje invernal cuyo anuncio de la primavera le hace cobrar ciertas esperanzas de recuperarse de la pérdida de Leonor, cuya muerte ha obrado en el sentir del poeta como lo hace el invierno en el paisaje.

Este corazón en invierno machadiano es incapaz de identificarse con los seres humanos que aparecen a lo largo de estas breves estampas del campo numantino. Así, en los fragmentos tercero y cuarto el poeta ensaya la descripción de unas «figuras plebeyas» o «sombras» que ocupan el paisaje como personajes pintorescos, casi deshumanizados. El poeta evita toda identificación con los trabajadores del campo. Convertido en una suerte de flâneur rural, enfatiza la sensación de soledad que ha dejado tras de sí la muerte de Leonor y la desaparición consiguiente de toda vivencia intensa. La aridez y la frialdad del paisaje, la indiferencia del majestuoso Moncayo, que lo contempla todo desde su posición privilegiada con la indiferencia con que la muerte observaría los pormenores de la vida humana, tiene su justa correspondencia en la indiferencia con que el paseante observa el paisaje en estos primeros cuatro fragmentos.

Regresamos en la quinta parte del poema a un paisaje plenamente invernal, totalmente cubierto por la nieve silenciosa y azotado por el cierzo. En este paisaje adverso el poeta describe a una familia que al amparo de un hogar halla algo de calor mientras desempeña sus tareas cotidianas. La falta de plenitud, la desconexión entre lo humano y su entorno alcanza aquí un alto grado de expresión. Dos abuelos y una niña huérfana atestiguan la dureza de la vida en el campo al tiempo que inciden en la falta de vitalidad, en el aburrimiento de las horas que discurren sin que nada acontezca. La niña, personificación en este caso de la primavera y de las esperanzas de una primavera segura pero que se antoja lejana y, al cabo, poco duradera, consigue evadirse de la soledad rigurosa que impone el invierno:

La niña piensa que en los verdes prados
ha de correr con otras doncellitas
en los días azules y dorados,
cuando crecen las blancas margaritas.

El fragmento VI supone una ruptura en todos los sentidos en lo que se refiere al desarrollo temático y estilístico del poema. El uso de octosílabos, su tono eminentemente lírico, parcialmente encomiástico, contrasta con el descriptivismo de los cinco primeros fragmentos. Al mismo tiempo, el octosílabo le otorga un sabor popular que se aleja del tono meditativo que predominaba en lo anterior. La sensación de escisión respecto al asunto, es decir, el paisaje soriano, se manifiesta aquí mediante una serie de imágenes que aluden a la pérdida de esplendor de la que antaño fuera símbolo del esplendor castellano.

con su castillo guerrero
arruinado, sobre el Duero;
con sus murallas roídas
y sus casas denegridas!

El tiempo parece burlarse grotescamente del antiguo esplendor numantino devastando todo cuanto simbolizaba el deseo de perdurar. Parecen advertirse reminiscencias del célebre soneto de Quevedo sobre la decadencia de la antigua Roma.

Los fragmentos VII VIII y IX desvelan en parte el motivo del poema y dan sentido al conjunto al ubicarlo en el contexto de una despedida. El poeta se dispone a abandonar una tierra de la que ya se siente lejano pero en la que, acompañado de Leonor vivió intensamente su amor. Al despedirse aparece de nuevo el paisaje desatento pero con el que el poeta se siente estrechamente unido, ya que abandonarlo, es abandonar definitivamente todo aquello que le recuerda a Leonor:

obscuros encinares,
ariscos pedregales, calvas sierras,
caminos blancos y álamos del río,
tardes de Soria, mística y guerrera,
hoy siento por vosotros, en el fondo
del corazón, tristeza,
tristeza que es amor!

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay un error:

Los fragmentos VII VIII y XIX

deberia ser:

Los fragmentos VII VIII y IX

Germán Cánovas dijo...

Muchas gracias por advertirme de la errata, ya está corregida.

Anónimo dijo...

La información me ha sido muy útil, gracias!

Anónimo dijo...

¡Muchas gracias, me ha servido de mucho!